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Sin olvidar a los oscuros goliardos que recorrían la cristiandad satirizando las costumbres del clero y exaltando los placeres mundanales -cuyos versos nos llegaron en latín medieval por códices preciosos-, los oradores, los clérigos, los hombres de letras, son los primeros en interesarse por el exitoso fenómeno de la juglaría dentro del orden social medieval. Muchos de estos clérigos crecieron con los juglares. Fueron espectadores de sus dramatizaciones, sus bufonadas, sus cantigas y sus loores.
Fueron testigos de los beneficios directos que otorgaba la lengua plebeya. Gonzalo de Berceo, uno de los primeros poetas con conciencia de hombre de letras, dice en el Martirio de san Lorenzo que en el nombre de Dios omnipotente, garante del orden celeste, nos contará la pasión del santo en lengua romance para entendimiento de todos. Gonzalo de Berceo se presenta como un juglar, una persona que quiere entretener comunicando hechos hagiográficos. Quiere ser un poeta popular, con una diferencia: él quiere ser biógrafo de santos. El juglar era lo más parecido que había en la época a un biógrafo en lengua romance. Los cronicones latinos eran entendidos por unos pocos. En otro famoso alejandrino, Berceo se postula juglar de santo Domingo, es decir, poeta y divulgador de sus milagros.
El clérigo toma del juglar su carácter de poeta y de cronista pero la temática y la métrica empleadas por este se le antojan deficientes. Conocedor de una tradición latina escrita, el clérigo se presenta como un poeta de sílabas contadas, es decir, calculador y riguroso. La cuaderna vía no carece de soberbia intelectual. Su falta de naturalidad es fruto de ésta.
Con el mester de clerecía (término acuñado por Milá y Fontanals en 1865 por contraposición al mester de juglaría) la producción de largos poemas deja de ser oral, deja de ser anisosilábica y deja de ser épica. Nace un nuevo género de apariencia juglaresca pero que reniega de sus raíces. Lo mismo harán los trovadores, que siempre mirarán con desdén a los juglares. Aparecen las biografías piadosas en Román Paladino. El gran Berceo obtiene de María su feliz talento como juglar para componer más cien loores.
Es innegable que el clero regular ve con buenos ojos la modestia inherente al mester de juglaría. Los clérigos, son hombres que se apartan de las cosas de este mundo, su vestimenta, sus gustos, sus devociones también son sencillas, cuando no mundanas, como el caso de los goliardos.
Suponemos al clérigo una parca vestimenta reglada que, al contrario de la del juglar, es poco o nada ostentosa. Los fondos del Museo del Juglar cuentan con un sayo pardo ceñido con un cordón blanco, capa parda y sandalias. Al pecho, un rosario de cuentas de madera, que si bien es un anacronismo, es muestra del fervor mariano del mester. Hay un salterio a los pies del fraile.